Iglesia Anglicana

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San Andres Apostol

lunes, 28 de abril de 2014

Canonización

La cuestión de las canonizaciones ha sido siempre un asunto que ha hecho correr mucha tinta, tanto en el mundo católico como en los círculos cristianos ajenos a Roma. Quienes nos confesamos protestantes, desde luego, entendemos mal eso de que simples seres humanos sean elevados a altares y se conviertan en objeto de devoción y adoración, pues comprendemos que ello no es sino idolatría a la luz de las Escrituras. Sólo Dios el Creador puede ser adorado en realidad, jamás las criaturas.

Pero ahora, intentando ponerme en los zapatos de un católico romano, es decir, de un cristiano y hermano mío en la fe de Cristo, sobre todo de un católico de principios, no sólo de costumbres, y además pensante, estas últimas canonizaciones me resultarían extremadamente conflictivas. Dos pontífices, Angelo Roncalli (Juan XXIII) y Karol Wojtila (Juan Pablo II), que representan dos visiones completamente opuestas de lo que es el cristianismo y la propia Iglesia. El primero, conocido como "el papa bueno", mente abierta donde las haya habido en el orbe católico. El segundo, uno de los mayores retrógrados que ha sufrido esa denominación. El primero, amigo del diálogo y de la puesta al día de una institución de larga antigüedad. El segundo, enemigo acérrimo de las innovaciones hasta el punto de perseguir literalmente a quienes de entre sus propias filas pensaran diferente (la Teología de la Liberación latinoamericana, por ejemplo), y sin escrúpulo alguno en proteger pederastas como el tristemente conocido Maciel y compañía, y dar su bendición a dictadores y criminales.

Con la mano en el corazón lo digo, intento ponerme en el lugar de un católico sincero, cristiano convencido y fiel a su Iglesia, y me encuentro con que no sé por dónde coger esta doble canonización tan contradictoria en sí misma. Juan XXIII aún. Pero no Juan Pablo II, desde luego.

No voy a negarlo. No me gustó el papa actual cuando lo nombraron, pese a que incluso entre los protestantes pareció caer bien en un principio. Y no porque tuviera nada personal contra él. ¿Cómo iba a tenerlo, si ni tan siquiera lo conocía? Pero me pareció en su momento una buena jugada de la Curia Romana, un golpe político bien dado: al nombrar un pontífice argentino y latinoamericano, Roma daba el espaldarazo a ese único continente católico que existe en el mundo, en el que Juan Pablo II ya había señalado el peligro de que las iglesias evangélicas y protestantes se introdujeran y se arraigaran; al tratarse además de un italiano de origen, contentaba a esa rancia aristocracia eclesiástica italiana enemiga de ver el solio pontificio en manos ajenas a su país. Y desde luego, sus declaraciones "revolucionarias" tan venteadas por la prensa mediática desde el primer momento a favor de los cambios y las innovaciones me parecieron simplemente eso: pura política, por no decir pura demagogia, nada más. De hecho, poco ha cambiado en el fondo, por no decir nada. Ahora se ha confirmado. Elevar a los altares a un individuo tan poco recomendable desde el punto de vista moral como Karol Wojtila sólo evidencia que el sr. Bergoglio (el papa Francisco) es, por encima de todo, un gran político, simple y llanamente. Uno más, uno de tantos como ha conocido el Vaticano. Alguien que desea nadar y guardar la ropa, y mantener erre que erre un statu quo que ya no tiene ni pies ni cabeza (no lo tiene desde la Reforma, e incluso desde antes), pero que representa un sustancioso "modus vivendi" para cierta gente.

Los francisquistas, que los hay en gran número, o al menos pretenden ser muy numerosos, ya intentan justificar el evidente error diciendo que el así llamado santo padre se ha visto obligado a ceder a las presiones de los elementos más ultraconservadores de la Iglesia, o que ha buscado la reconciliación entre dos tendencias elevando a los altares en el mismo día a las dos grandes figuras representativas de las mismas. Esta clase de "lavados de cara", sinceramente, no sé a quién convencerán. A mí no, desde luego. Y a muchos católicos pensantes tampoco, me consta. Aun les parecen más increíbles que la propia doctrina de la infalibilidad papal, que dicho sea de paso, no se la cree ni el papa (a lo mejor Karol Wojtila sí se la creía, vaya uno a saber).

Como protestante que soy, lo tengo muy claro: no voy a rezar ante ninguno de estos dos pontífices canonizados, ni les voy a pedir ningún favor ni ninguna gracia. No me hace falta. Me basta con dirigirme directamente a mi Dios y Padre, que en palabras de Jesús es aquél a quien hay que elevar nuestras preces. Pero sinceramente, si fuera católico romano, no le encendería ni una vela a una figura tan repulsiva como la de Karol Wojtila. Creo que pensaría que la Iglesia se ha equivocado. A lo mejor, visto lo visto, me plantearía, quién sabe, buscar otra clase de iglesia. Incluso hasta me cuestionaría si no me valdría la pena hacerme protestante. Simplemente, por cuestión de dignidad intelectual y de conciencia.

Fuente original de nuestro hermano y amigo Juan María Telleria Larrañaga

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